TV, metáforas y la muerte de un animador

12 septiembre, 2011 § Deja un comentario

¿Cuánto ya ha pasado? ¿Dos semanas? No estoy seguro ni quiero chequearlo en el Google. Lo cierto es que, en ese vago lapso, he estado evitando la tele para ahorrarme la imagen en movimiento, repetida más allá del punto de saturación, de Felipe Camiroaga. ¿Quién era esa persona? No lo sé. Nunca lo conocí. Por lo mismo, creo que es una gran metáfora decir que me caía bien o mal. Una metáfora hipertrofiada, decir que me da pena o lo mismo, su muerte. Sólo creo que esos apelativos emocionales son una buena excusa para tirar a la parrilla un par de reflexiones sobre los medios.

Es evidente que cuando vemos TV no nos involucramos en un encuentro con otra persona. Nos enfrentamos a una tecnología que emite datos (un colorido bombardeo de electrones sobre una pantalla), sobre los cuales creamos información (Felipe Camiroaga) de muy alto grado de complejidad (Felipe, animador de TV, en un programa de formato de matinal, en un canal semi-estatal, hablando sobre el paro de los estudiantes, etc.). La recurrente observación de ese paquete de datos, junto a conversaciones con otras personas, la propaganda en la multitienda, la lectura de diarios, etc., puede gatillar la intrincada construcción de la imagen de una persona que nunca hemos conocido. Eso se llama crear sentido o información.

Puede sonar una distinción muy sofisticada, pero cuando Bart y Lisa Simpson abrazan y besan al TV de su living, nadie niega que sea chistoso. Y lo es porque es un absurdo. Se ama a las personas, no a los receptores de TV. ¿Y quién era Camiroaga sino una imagen en movimiento en una pantalla de TV? Y eso vale para miles de personas que hoy lloran su muerte.

Sin embargo, las personas desbordan emociones por ese animador y eso también es un hecho. Da la impresión que el consumo de TV es considerado por los televidentes como un acto de comunicación con las personas que transmiten y son transmitidas por ese medio. De hecho, hasta la comunicología los etiqueta como “medios de comunicación” y no como “medios de transmisión de datos”. Así la pantalla del TV se transforma en una ventana en donde sólo basta estirar el brazo para tocar al objeto de los afectos. Y que los dedos sólo toquen una dura superficie incandescente, no desanima el uso de metáforas.

La gente dice que el animador “comunicaba mucho”; la gente dice “quererlo”, “encontrarlo buena persona”; lo cual no es considerado locura sino un hecho legítimo en la realidad que compartimos.

Entonces, las personas que usan la TV no sólo crean información sino que también gatillan, en ellas mismas, emociones. Tales emociones no vienen del aparato (como parece suceder mágicamente) sino, a un nivel colectivo, de las conversaciones que hemos tenido y tenemos con la gente que nos rodea. En esas redes de conversaciones, la imagen de este locutor fue convirtiéndose en un ideal porque representaba los estándares de triunfo y humildad del común de las personas chilenas. A un nivel individual, ese ideal ya legitimado por el colectivo, podía convertirse en el perfecto hijo, amigo, esposo, ciudadano, vecino o compañero de pichanga. Esta “persona” creada a partir de la TV era una tabla rasa sobre la cual cualquier dibujo era posible. Y, por lo mismo, la pureza de esas emociones, jamás confrontadas con la realidad de las verdaderas relaciones humanas, podía llegar a límites sublimes.

Y esa emoción sublime tiene muy pocos efectos prácticos en la vida de las personas y la gran mayoría comerciales: rating, venta de productos promocionados, imitación de estilo de vida (que también involucra compra de objetos), mantención de la industria de farándula, etc. También, habrá quien diga “Felipe me inspira a ser una mejor persona”, lo cual también es legítimo, en los limitados estándares de bondad que permite transmitir al aire el negocio de la TV (y aquí caigo en la metáfora que estoy criticando).

Por eso, la verdadera persona de este réquiem no importa. Sólo unxs pocxs lo conocieron como nosotros conocemos a nuestrxs amigxs. Yo creo que, en ese pequeño círculo, las lágrimas surgen verdaderamente de una relación humana rota violentamente. Yo creo (enfatizo estas dos palabras) que el resto de las lágrimas convierte a las personas en Lisa y Bart abrazando a la tele; llorando, en el fondo, las propias miserias.

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